Pintado en 1814, este cuadro representa la ejecución de los rebeldes españoles por las tropas napoleónicas. La obra es impactante y dramática, con un fuerte contraste de luces y sombras que intensifica la brutalidad de la escena. Goya no se limitó a mostrar un hecho histórico; en lugar de eso, utilizó el evento para explorar temas más amplios sobre la brutalidad, la injusticia y el horror de la guerra. La pintura se aleja de las representaciones heroicas y estilizadas de la guerra para mostrar su verdadera crueldad y coste humano.