En realidad, Miguel Ángel era escultor, pero al Papa Julio II se le metió en la cabeza que era él quien debía pintar la bóveda, y al final así lo hizo durante 4 intensos años en los que trabajó largas jornadas boca arriba sobre andamios, la pintura caía en sus ojos, no cobró algún que otro salario, se peleó con el pontífice (si algo tenía M. A. era mal humor) e incluso se cayó del andamio en un par de ocasiones.