Miguel Ángel pintó el Apocalipsis de San Juan en el lugar de honor de la capilla, y lo hizo con un protagonista claro: ese Jesucristo excesivamente musculado (ese era el estilo del artista, pero aquí se le fue un poquito la mano) es el centro compositivo y receptor de todas las miradas, con la Virgen a su lado. Cristo está separando a los justos de los pecadores y es probablemente uno de los pocos ejemplos en la historia del arte de Cristo enfadado. Es la famosa terribilitá típica del artista y así acojona mucho más el filtro que ha de hacer a vivos y muertos algún día.