Cuando descubrí que para amarte debía ser tu perro, yo mismo me puse la correa.
No importaba cuánto doliera, cuán apretada se sintiera alrededor de mi cuello.
Lo hice con la esperanza de que tu mirada se posara en mí,
de que tus caricias fueran mi recompensa.
Acepté tu indiferencia como parte del trato,
cada gesto de frialdad, cada palabra vacía.
Me conformé con las migajas de tu atención,
con los momentos fugaces en los que te dignabas a verme.
Me convertí en tu sombra, en tu fiel seguidor,
esperando siempre, anhelando un poco de tu calor.
Renuncié a mi dignidad, a mi propia voz,
todo por la esperanza de ser visto, de ser amado.
Viví en función de tus caprichos, de tus deseos,
ignorando mis propias necesidades, mis propios sueños.
Me convertí en lo que tú querías, en lo que necesitabas,
olvidándome de mí mismo en el proceso.
Y aunque la correa me asfixiaba,
la llevaba con orgullo, con la esperanza de que un día,
verías más allá del perro que te seguía,
y reconocerías el corazón que latía por ti.
Cuando descubrí que para amarte debía ser tu perro,
me entregué por completo, sin reservas, sin dudas.
Pero ahora, cada tirón de la correa me recordaba
que había perdido algo invaluable: mi libertad.
Finalmente, logré darme cuenta de mi propia valía,
del precio que pagaba por un amor no correspondido.
Solté la correa, liberándome de esa atadura,
y aunque fue difícil, comencé a recuperar mi identidad.
Ahora, miro hacia atrás y veo cuán ciego estuve,
cómo sacrifiqué mi ser por un amor que nunca fue.
Aprendí a valorarme, a no necesitar cadenas
para sentirme digno de ser amado.
... O quizás no.
No importaba cuánto doliera, cuán apretada se sintiera alrededor de mi cuello.
Lo hice con la esperanza de que tu mirada se posara en mí,
de que tus caricias fueran mi recompensa.
Acepté tu indiferencia como parte del trato,
cada gesto de frialdad, cada palabra vacía.
Me conformé con las migajas de tu atención,
con los momentos fugaces en los que te dignabas a verme.
Me convertí en tu sombra, en tu fiel seguidor,
esperando siempre, anhelando un poco de tu calor.
Renuncié a mi dignidad, a mi propia voz,
todo por la esperanza de ser visto, de ser amado.
Viví en función de tus caprichos, de tus deseos,
ignorando mis propias necesidades, mis propios sueños.
Me convertí en lo que tú querías, en lo que necesitabas,
olvidándome de mí mismo en el proceso.
Y aunque la correa me asfixiaba,
la llevaba con orgullo, con la esperanza de que un día,
verías más allá del perro que te seguía,
y reconocerías el corazón que latía por ti.
Cuando descubrí que para amarte debía ser tu perro,
me entregué por completo, sin reservas, sin dudas.
Pero ahora, cada tirón de la correa me recordaba
que había perdido algo invaluable: mi libertad.
Finalmente, logré darme cuenta de mi propia valía,
del precio que pagaba por un amor no correspondido.
Solté la correa, liberándome de esa atadura,
y aunque fue difícil, comencé a recuperar mi identidad.
Ahora, miro hacia atrás y veo cuán ciego estuve,
cómo sacrifiqué mi ser por un amor que nunca fue.
Aprendí a valorarme, a no necesitar cadenas
para sentirme digno de ser amado.
... O quizás no.