Este verano he estado en una populosa playa del sur de España, y os quiero contar lo que me pasó. Yo había dejado hacía un par de semanas a mi novia, porque la verdad no me entendía bien con ella. No es que fuera mala chica, pero en la cama no nos compenetrábamos, y yo notaba como me costaba mucho esfuerzo poder empalmarme con ella. El caso es que de común acuerdo lo dejamos, y yo estaba en uno de esos períodos en los que no sabes muy bien qué hacer ni hacia donde va tu vida.
Aquella noche había salido a dar una vuelta. Había ya oscurecido y me fui andando por el paseo marítimo y después, cuando se acabó, me adentré en la playa. Había luna llena, así que podía ver con cierta claridad. Finalmente me senté en una zona donde había unas dunas, cavilando sobre lo que me había sucedido y sobre lo que quería hacer en el futuro.
Estaba allí sentado cuando ví pasar a varios negros de estos que venden sus baratijas y ropas por las playas. Los ví pasar, sin mucha atención, aunque desde la zona en la que yo estaba no parece que me pudieran haber visto, porque era una zona oscura.
El caso es que pasaron y yo seguí a lo mío. Sin embargo, a los diez minutos o así me di cuenta de que, a unos metros tras de mi, tras las dunas que me ocultaban, se escuchaban ruidos, como de risotadas. Normalmente no soy muy curioso, pero a esas horas de la noche parecía raro que nadie se riera de semejante forma, y en aquel lugar solitario. Con curiosidad, avancé por las dunas hasta que pude ver que los negros que había visto pasar habían acampado unos metros más allá de donde yo estaba, y se había reunido alrededor de una fogata; pero lo que había movido a aquellos hombres a aquellas risotadas era que, no sé por qué razón, quizá para descargarse después de todo un día de trabajo, los siete que estaban alrededor de la fogata se habían sacado las pollas y se estaban haciendo una paja. Parecía claro que en España, sin sus mujeres o novias, tenían que desfogarse de alguna forma, y allí estaban los siete sacándose brillo en el vergajo. Por cierto, me fijé (era imposible no fijarse) que la fama que acompaña a los negros, en cuanto a tamaño de la verga, era totalmente merecida; los siete tenían nabos claramente superiores a la media europea; el que menos podría tener 18 cm., y el que más, un negro enorme, por lo menos 25, y muy gorda.
¿Me creeréis si os digo que, contemplando aquellos vergajos, empecé a notar como se me ponía la polla dura, y noté que la baba empezaba a caérseme de la boca entreabierta? Pero eso no podía ser, yo era un hetero completo, jamás había tenido ningún tipo de interés por otros hombres… hasta aquella noche. La verdad es que mi polla me estaba traicionando, la tenía a reventar, y los ojos no podía quitarlos de aquellas mangueras negras…
No podía ser; reuniendo la escasa voluntad que me quedaba, hice intención de darme la vuelta para marcharme, con tan mala fortuna que pisé una rama que crujió sonoramente en el silencio de la noche. Me quedé petrificado, pero los negros no: saltaron de donde estaban y se abalanzaron sobre mí; yo no sabía que decir, balbucía disculpas incoherentes. Los negros me llevaron en volandas hasta el círculo de la fogata, dejándome tumbado en el suelo, boca arriba; algunos aún tenían las pollas fuera de los pantalones, lo que a mi pesar no pude dejar de mirar.
Al de la polla enorme no se le escapó esa mirada, en concreto a su gigantesco nabo, que aún se mecía majestuoso a la claridad de la luna llena.
--Vaya, parece que a nuestro amiguito español le gustan los nabos negros, ¿no?
El negro hablaba bastante bien español, con algún acento francés.
Yo negué con la cabeza, pero seguía mirándole el nabo, como si estuviera hipnotizado.
--¿Te gustaría darle una lamidita?
Se lo estaba sobando, lo tenía apenas a unos veinte centímetros de donde yo estaba, tumbado en la arena. Ver aquel nabo tan cerquita, tan enorme, con esa cabeza reluciente de precum… fue demasiado. No hice nada, pero entreabrí ligeramente la boca, y el negro entendió aquello como un sí… Me acercó aún más el glande, hasta ponerlo a unos cinco centímetros; el tío quería que fuera yo el que acercara la boca, el muy cabrón…
A mí se me iba a salir el corazón por la boca, y notaba mi propia polla totalmente erecta bajo los vaqueros. Tragué ligeramente saliva y acerqué los labios a aquel portento de la naturaleza; el glande era enorme, ahora que lo veía bien de cerca. Abrí un poco más la boca, como movido por un secreto resorte, y saqué la punta de la lengua; mi mente decía que no lo hiciera, pero no podía evitarlo. La punta de la lengua apenas rozó el glande, y noté una superficie caliente, blanda y dura a la vez, ligeramente húmeda, con un sabor a macho que petrificaba… Abrí un poco más la boca, y lamí ahora algo más extensamente aquel glande inmenso; sabía bien, un poco a orín, pero el conjunto era impactante; abrí cuanto pude la boca y metí aquel glande entre mis labios; lo lamí torpemente, pero las sensaciones que transmitían mi lengua y el interior de mi boca me estaban volviendo loco…
El negro me tocó el paquete.
--Chicos, este tío tiene el nabo a reventar…
Otro de los hombres me abrió la bragueta y tiró de los vaqueros y los boxers, dejando mi nabo al aire libre, apuntando hacia el cielo.
Yo sentí una punzada de miedo. ¿Qué pretendían aquellos tíos? Todo esto sin soltar el glande enorme, que apenas me cabía en la boca.
El negrazo volvió a hablar.
--Blanquito, ¿te gustaría que te metiera la puntita de mi polla en tu culito?
Decírmelo y entrarme un pánico atroz fue todo una.
--No, no, es enorme, me destrozarás…
Intenté incorporarme, pero el negrazo me tenía puesta la mano en el pecho y no podía moverme un milímetro.
--No seas tonto, te prometo que sólo te rozaré con la punta de mi nabo por la entrada de tu culito, no vas a sentir ningún dolor…
El tono era agradable, simpático, y yo no sabía que decir.
Finalmente me escuché hablar, casi sin saber que lo estaba haciendo:
--Bueno, pero sólo rozarme la punta por el agujero, ¿eh?
El negrazo me sacó el nabo de la boca, y yo saqué la lengua tras él, para que no se fuera; el tío se dio cuenta y, con una sonrisa, le hizo una indicación a otro de los negros, que enseguida acudió con su polla en la mano para sustituir al otro; esta polla era algo más pequeña, pero de todas forma no debía tener menos de 22 cm. de larga, y era también bastante gruesa. Este no se anduvo con formalismos y me metió directamente su capullo en la boca; la verdad es que estaba igual de bueno que el otro, era un placer tener aquel glande (no me cabía más) entre los labios, y me dediqué a lamerlo.
Mientras, el negrazo se había colocado entre mis piernas, me las había abierto y puesto sobre sus hombros.
--Así estarás más cómodo, ya verás qué gustito te dará la punta de mi polla rozando tu culito…
Noté entonces en mi culo algo húmedo, que no podía ser su polla porque me pareció sentir una uña: el tío se había humedecido un dedo y estaba trabajando un poco el agujero, lo cual me parecía bien, para facilitar el roce de la punta del nabo. Metió después otro dedo, también húmedo, y hasta un tercero. Me pareció excesiva tanta prudencia, total, para un rocetón, pero me pareció considerado por su parte y mentalmente se lo agradecí. Entretanto, seguía lamiendo aquel otro nabo de campeonato que tenía en la boca, mientras seguía sintiendo mi propia polla, ahora al aire de la noche, totalmente dura.
--Ahora voy a empezar a rozarte con mi capullo, ya verás que rico…
El negro dijo e hizo: empecé a notar un calor en mi agujerito, ahora algo dilatado por la acción de los dedos húmedos. El capullo se refegaba por mi culo, y la verdad es que aquel roce era delicioso; instintivamente, abrí más la boca y me metí la otra polla en la boca; fue un movimiento reflejo, pero el negro que me la tenía encalomada ahí dio un golpe de pelvis y me la encajó aún más; debía tener la mitad de sus 22 cm. en mi boca, y ya notaba como el capullo chocaba en la garganta. Dicen que estas cosas son instintivas, y deben serlo, porque, sin haberlo hecho nunca, ni tener idea de cómo se hacía, ahuequé la garganta y el siguiente golpe de pelvis del negro hizo que el nabo entrara aún más, casi tres cuartos; notaba el capullo encajado en la garganta, pero el negro quería más, y cuando vi que daba un nuevo golpe de pelvis, volví a ahuecar la garganta y lo que quedaba fuera entró, como un cohete, en mi boca; notaba el glande adentro, muy adentro en mi garganta, y sentía toda la boca llena de polla.
Por abajo, el negrazo seguía rozando con su polla en mi agujero, pero cada vez notaba como el glande entraba un poco más dentro; intenté decir algo, pero tenía la boca totalmente llena de la polla del otro negro, y apenas pude emitir algún sonido nasal. El negrazo vio cómo tenía la polla del otro entera dentro de la boca, y parece que esa fue la señal que esperaba: empezó a meter con más fuerza el glande en el agujerito de mi culo, y algo enorme empezó a hacerse hueco allí dentro. Sentí como comenzaba a partirme en dos, y quise gritar, pero el otro negro me mantenía con la polla entera metida dentro de la boca, sujetándome por la nuca.
--No te resistas, putito blanco, te la voy a meter entera, hasta adentro, que es lo que querías desde el principio.
El negrazo habló riendo, y yo me eché a temblar. Notaba el glande cómo horadaba mi ano, hasta entonces virgen, y cómo aquella masa de carne enorme pugnaba por hacerse un hueco en tan recóndito agujero. El tío, al ver que le costaba trabajo por las buenas, decidió apretar más, y empezó a hacer fuerza, con un progresivo metisaca; cuando el glande entraba, me sentía morir, para luego mejorar algo cuando se retiraba, pero después entraba más profundo aún, y yo me moría de dolor. Noté como estaba llorando por el dolor que me partía en dos, pero aquel negrazo no mostraba la más mínima conmiseración ante mis lágrimas de puto blanquito, como me llamó antes.
El tío siguió metiendo poco a poco el vergajo que tenía entre las piernas, hasta que, ya abierto como en canal, noté su vello púbico rozar contra mis nalgas, y sus dos enormes cojones golpear sobre mis cachas. Entonces el negrazo empezó a bombear, y aquella inmensa manguera empezó a entrar y salir de mi culo con toda naturalidad. Mi esfínter estaba dilatado al máximo, y cada vez que entraba el nabo hasta adentro yo veía las estrellas pero, por qué no decirlo, progresivamente fui sintiendo algo que no puede llamarse sino placer…
El tío siguió follándome, pero ahora yo ya no lloraba, sino que chupaba con fuerza la tranca que tenía en la boca, que ya se había salido para permitirme mamar sólo el glande, y además sacaba el culo para que el negrazo me follara mejor
--Ah, sabía que este chico era una gran maricona, mirad como culea para que lo folle más…
El negrazo tenía razón; aún quedaba un atisbo de dolor en mi dolorido esfínter, pero ahora, cada vez que la bestia negra que el tío llevaba entre las piernas se adentraba en mi más íntimo agujero, una oleada de placer me invadía desde la raíz de los cabellos hasta la punta de los dedos de los pies.
Culeé desesperadamente, queriendo que me follara más y más, cada vez más adentro, sintiendo cómo aquel negrazo me destrozaba cada vez que me metía su vergajo en mi culo, golpeando rítmicamente sus grandes cojones en mis cachas.
Entretanto, el negro que me follaba por la boca empezó a gemir y, sin decir nada, se me corrió en la boca; yo estaba tan salido con la follada del negrazo que ni me di cuenta de que en mi lengua iba apareciendo un líquido pastoso, viscoso, calentito. Casi sin darme cuenta, seguí chupando, y su sabor no me disgustó, así que seguí mamando, tragándome aquella leche blanca y espesa.
--Eh, mirad –dijo el negro que me estaba follando por la boca--, esta maricona se está tragando mi leche, es una gran puta…
Los demás lanzaron grandes risotadas. Me fijé que todos tenían los nabos en las manos, haciéndose pajas.
Entonces, el negrazo que me follaba empezó a arquearse con grandes alaridos. Poco después noté como si se estuviera meando dentro de mí, era algo caliente, espeso, que me estaba metiendo dentro de mi culo. Siguió corriéndose allí, hasta que quedó exhausto. No obstante, de inmediato se salió de mi culo (dejándome un gran vacío, ya comprenderéis…), y dio un empellón al otro negro al que todavía le estaba chupando la polla, ya casi flácida, pero aún con algunos restos de leche. Entonces el negrazo tomó su lugar y me enchufó su enorme polla, ahora ligeramente morcillona, en la boca. Estaba aún rezumante de su reciente corrida, y noté también efluvios de mi propio culo; en otro momento y situación me habría parecido asqueroso, pero entonces no pude sino mamar con fruición aquella verga pringosa de líquidos. El sabor me pareció aún más delicioso que el del otro tío.
Mientras se la chupaba al negrazo, éste habló:
--Bueno, qué pasa, tíos, ¿no queréis probar a esta maricona española? La tenéis a vuestra disposición.
Uno de los negros que no tenía a la vista se colocó enseguida entre mis piernas, y, sin más preámbulos, me encalomó su polla en el culo; la verdad es que, tras la primera, que era la más gorda, y con la lubricación de la leche de la reciente corrida, este nabo entró con más facilidad, y no es porque fuera pequeño: no menos de 20 cm., y bien gorda.
El tío me folló bien follado, hasta que se corrió en mi culo y después imitó a su jefe, pasando con la polla aún rezumante por mi boca. Los otros negros fueron turnándose para darme polla por el culo o por la boca, o por ambos lados; cuando terminaron los últimos, los primeros volvieron a tener ganas y me follaron de nuevo. Sin embargo, el negrazo no volvió a follarme.
Cuando se retiró el último, tras haber rescatado de su polla una última gota de rica leche que pugnaba por escapar, el negrazo se acercó y me dijo:
--Putita, ¿quieres que te folle otra vez?
Me pareció mucho miramiento para como había ido la cosa, pero las palabras escaparon de mi boca sin yo poder detenerlas:
--Sí, quiero que me folles otra vez, y quiero que dos de vosotros me metáis las pollas en las bocas y os corráis a la vez dentro…
Acababa de hablar y no podía creer que yo hubiera dicho aquello, no sé de donde había salido.
Dicho y hecho, el negrazo me abrió de piernas de nuevo y ahora, sin más esperas, me metió el nabo de una sola embestida; el agujero estaba tan dilatado, y con tanta leche, que el vergajo entró con naturalidad. Tres de los negros pugnaron por hacerse con mi boca, pero yo deshice aquella lucha: hice con los dedos el signo de tres, y entendieron que quería que los tres me la metieran en la boca, si ello era posible.
Lógicamente, sólo pudieron meter el glande de cada uno de sus pollones, pero me fue suficiente; empecé a lamerlos con fruición, deseando se descargaran en mi boca nuevamente; sentía la lengua viscosa y pegajosa, y quería más de aquel néctar.
El negrazo aún me aguardaba con otra sorpresa:
--¿Quieres que demos un paso más, putita?
Yo, con los tres glandes casi desencajándome las mandíbulas, asentí con la cabeza; no sabía a que se refería, pero cualquier cosa sexual que me propusiera pensaba aceptarla: no había llegado tan lejos para ahora hacerme el estrecho…
El negrazo hizo una seña a otro de los negros del grupo; de éste recordaba que era el de vergajo más gordo después del enorme del jefe. Le hizo una seña y el tío se colocó detrás de él. Yo no veía nada, sólo sentía el nabo del negrazo horadándome las entrañas; entonces, noté algo nuevo; otra polla, también muy gorda, pugnaba por entrar también en mi culo; entonces comprendí, me iban a follar dos tíos a la vez.
El pelo se me erizó, pero el deseo era demasiado grande; procuré aflojar el esfínter anal, mientras notaba como aquel otro monstruo entraba en mi pequeño agujero, dilatándolo hasta extremos imposibles. Cuando el tío tuvo metido el nabo totalmente, los dos negros empezaron a follarme acompasadamente; era como si, cada vez que metían los nabos, me entrara una barrena por el culo.
El dolor era insoportable, pero como antes, y ahora más rápidamente, el placer llegó, y entonces todo lo di por bien empleado. Los nabos que tenía en la boca empezaron a eyacular sus deliciosas leches en mi boca, uno tras otro, y yo aún los mantuve alli un rato mientras jugaba con los glandes y sus leches, que me rebosaba por las comisuras. Poco después, los dos negros que me follaban se corrieron, primero uno, después el negrazo jefe. Como antes, también se salieron de mi agujero y colocaron sus glandes aún humeantes de leche y culo en mi boca pringosa.
Los lamí un buen rato, hasta que se salieron, aunque por mi gusto todavía los estaría chupando.
Entendí que todo había llegado a su fin, así que me levanté como pude, sintiendo que no podría sentarme al día siguiente.
Todos se habían situado alrededor de la fogata. El negrazo habló:
--Querida putita, si quieres venir por aquí por las noches por tu ración de leche calentita, por nosotros no hay problemas.
Y se rió, el tío. Y supe entonces que los veintinueve días que me quedaban en aquella localidad, y en especial sus noches, las pasaría allí, en aquel mismo sitio, para ser follado cuantas veces desearan, y para tomarme la leche de todos los que quisieran correrse en mi ansiosa boca…
Aquella noche había salido a dar una vuelta. Había ya oscurecido y me fui andando por el paseo marítimo y después, cuando se acabó, me adentré en la playa. Había luna llena, así que podía ver con cierta claridad. Finalmente me senté en una zona donde había unas dunas, cavilando sobre lo que me había sucedido y sobre lo que quería hacer en el futuro.
Estaba allí sentado cuando ví pasar a varios negros de estos que venden sus baratijas y ropas por las playas. Los ví pasar, sin mucha atención, aunque desde la zona en la que yo estaba no parece que me pudieran haber visto, porque era una zona oscura.
El caso es que pasaron y yo seguí a lo mío. Sin embargo, a los diez minutos o así me di cuenta de que, a unos metros tras de mi, tras las dunas que me ocultaban, se escuchaban ruidos, como de risotadas. Normalmente no soy muy curioso, pero a esas horas de la noche parecía raro que nadie se riera de semejante forma, y en aquel lugar solitario. Con curiosidad, avancé por las dunas hasta que pude ver que los negros que había visto pasar habían acampado unos metros más allá de donde yo estaba, y se había reunido alrededor de una fogata; pero lo que había movido a aquellos hombres a aquellas risotadas era que, no sé por qué razón, quizá para descargarse después de todo un día de trabajo, los siete que estaban alrededor de la fogata se habían sacado las pollas y se estaban haciendo una paja. Parecía claro que en España, sin sus mujeres o novias, tenían que desfogarse de alguna forma, y allí estaban los siete sacándose brillo en el vergajo. Por cierto, me fijé (era imposible no fijarse) que la fama que acompaña a los negros, en cuanto a tamaño de la verga, era totalmente merecida; los siete tenían nabos claramente superiores a la media europea; el que menos podría tener 18 cm., y el que más, un negro enorme, por lo menos 25, y muy gorda.
¿Me creeréis si os digo que, contemplando aquellos vergajos, empecé a notar como se me ponía la polla dura, y noté que la baba empezaba a caérseme de la boca entreabierta? Pero eso no podía ser, yo era un hetero completo, jamás había tenido ningún tipo de interés por otros hombres… hasta aquella noche. La verdad es que mi polla me estaba traicionando, la tenía a reventar, y los ojos no podía quitarlos de aquellas mangueras negras…
No podía ser; reuniendo la escasa voluntad que me quedaba, hice intención de darme la vuelta para marcharme, con tan mala fortuna que pisé una rama que crujió sonoramente en el silencio de la noche. Me quedé petrificado, pero los negros no: saltaron de donde estaban y se abalanzaron sobre mí; yo no sabía que decir, balbucía disculpas incoherentes. Los negros me llevaron en volandas hasta el círculo de la fogata, dejándome tumbado en el suelo, boca arriba; algunos aún tenían las pollas fuera de los pantalones, lo que a mi pesar no pude dejar de mirar.
Al de la polla enorme no se le escapó esa mirada, en concreto a su gigantesco nabo, que aún se mecía majestuoso a la claridad de la luna llena.
--Vaya, parece que a nuestro amiguito español le gustan los nabos negros, ¿no?
El negro hablaba bastante bien español, con algún acento francés.
Yo negué con la cabeza, pero seguía mirándole el nabo, como si estuviera hipnotizado.
--¿Te gustaría darle una lamidita?
Se lo estaba sobando, lo tenía apenas a unos veinte centímetros de donde yo estaba, tumbado en la arena. Ver aquel nabo tan cerquita, tan enorme, con esa cabeza reluciente de precum… fue demasiado. No hice nada, pero entreabrí ligeramente la boca, y el negro entendió aquello como un sí… Me acercó aún más el glande, hasta ponerlo a unos cinco centímetros; el tío quería que fuera yo el que acercara la boca, el muy cabrón…
A mí se me iba a salir el corazón por la boca, y notaba mi propia polla totalmente erecta bajo los vaqueros. Tragué ligeramente saliva y acerqué los labios a aquel portento de la naturaleza; el glande era enorme, ahora que lo veía bien de cerca. Abrí un poco más la boca, como movido por un secreto resorte, y saqué la punta de la lengua; mi mente decía que no lo hiciera, pero no podía evitarlo. La punta de la lengua apenas rozó el glande, y noté una superficie caliente, blanda y dura a la vez, ligeramente húmeda, con un sabor a macho que petrificaba… Abrí un poco más la boca, y lamí ahora algo más extensamente aquel glande inmenso; sabía bien, un poco a orín, pero el conjunto era impactante; abrí cuanto pude la boca y metí aquel glande entre mis labios; lo lamí torpemente, pero las sensaciones que transmitían mi lengua y el interior de mi boca me estaban volviendo loco…
El negro me tocó el paquete.
--Chicos, este tío tiene el nabo a reventar…
Otro de los hombres me abrió la bragueta y tiró de los vaqueros y los boxers, dejando mi nabo al aire libre, apuntando hacia el cielo.
Yo sentí una punzada de miedo. ¿Qué pretendían aquellos tíos? Todo esto sin soltar el glande enorme, que apenas me cabía en la boca.
El negrazo volvió a hablar.
--Blanquito, ¿te gustaría que te metiera la puntita de mi polla en tu culito?
Decírmelo y entrarme un pánico atroz fue todo una.
--No, no, es enorme, me destrozarás…
Intenté incorporarme, pero el negrazo me tenía puesta la mano en el pecho y no podía moverme un milímetro.
--No seas tonto, te prometo que sólo te rozaré con la punta de mi nabo por la entrada de tu culito, no vas a sentir ningún dolor…
El tono era agradable, simpático, y yo no sabía que decir.
Finalmente me escuché hablar, casi sin saber que lo estaba haciendo:
--Bueno, pero sólo rozarme la punta por el agujero, ¿eh?
El negrazo me sacó el nabo de la boca, y yo saqué la lengua tras él, para que no se fuera; el tío se dio cuenta y, con una sonrisa, le hizo una indicación a otro de los negros, que enseguida acudió con su polla en la mano para sustituir al otro; esta polla era algo más pequeña, pero de todas forma no debía tener menos de 22 cm. de larga, y era también bastante gruesa. Este no se anduvo con formalismos y me metió directamente su capullo en la boca; la verdad es que estaba igual de bueno que el otro, era un placer tener aquel glande (no me cabía más) entre los labios, y me dediqué a lamerlo.
Mientras, el negrazo se había colocado entre mis piernas, me las había abierto y puesto sobre sus hombros.
--Así estarás más cómodo, ya verás qué gustito te dará la punta de mi polla rozando tu culito…
Noté entonces en mi culo algo húmedo, que no podía ser su polla porque me pareció sentir una uña: el tío se había humedecido un dedo y estaba trabajando un poco el agujero, lo cual me parecía bien, para facilitar el roce de la punta del nabo. Metió después otro dedo, también húmedo, y hasta un tercero. Me pareció excesiva tanta prudencia, total, para un rocetón, pero me pareció considerado por su parte y mentalmente se lo agradecí. Entretanto, seguía lamiendo aquel otro nabo de campeonato que tenía en la boca, mientras seguía sintiendo mi propia polla, ahora al aire de la noche, totalmente dura.
--Ahora voy a empezar a rozarte con mi capullo, ya verás que rico…
El negro dijo e hizo: empecé a notar un calor en mi agujerito, ahora algo dilatado por la acción de los dedos húmedos. El capullo se refegaba por mi culo, y la verdad es que aquel roce era delicioso; instintivamente, abrí más la boca y me metí la otra polla en la boca; fue un movimiento reflejo, pero el negro que me la tenía encalomada ahí dio un golpe de pelvis y me la encajó aún más; debía tener la mitad de sus 22 cm. en mi boca, y ya notaba como el capullo chocaba en la garganta. Dicen que estas cosas son instintivas, y deben serlo, porque, sin haberlo hecho nunca, ni tener idea de cómo se hacía, ahuequé la garganta y el siguiente golpe de pelvis del negro hizo que el nabo entrara aún más, casi tres cuartos; notaba el capullo encajado en la garganta, pero el negro quería más, y cuando vi que daba un nuevo golpe de pelvis, volví a ahuecar la garganta y lo que quedaba fuera entró, como un cohete, en mi boca; notaba el glande adentro, muy adentro en mi garganta, y sentía toda la boca llena de polla.
Por abajo, el negrazo seguía rozando con su polla en mi agujero, pero cada vez notaba como el glande entraba un poco más dentro; intenté decir algo, pero tenía la boca totalmente llena de la polla del otro negro, y apenas pude emitir algún sonido nasal. El negrazo vio cómo tenía la polla del otro entera dentro de la boca, y parece que esa fue la señal que esperaba: empezó a meter con más fuerza el glande en el agujerito de mi culo, y algo enorme empezó a hacerse hueco allí dentro. Sentí como comenzaba a partirme en dos, y quise gritar, pero el otro negro me mantenía con la polla entera metida dentro de la boca, sujetándome por la nuca.
--No te resistas, putito blanco, te la voy a meter entera, hasta adentro, que es lo que querías desde el principio.
El negrazo habló riendo, y yo me eché a temblar. Notaba el glande cómo horadaba mi ano, hasta entonces virgen, y cómo aquella masa de carne enorme pugnaba por hacerse un hueco en tan recóndito agujero. El tío, al ver que le costaba trabajo por las buenas, decidió apretar más, y empezó a hacer fuerza, con un progresivo metisaca; cuando el glande entraba, me sentía morir, para luego mejorar algo cuando se retiraba, pero después entraba más profundo aún, y yo me moría de dolor. Noté como estaba llorando por el dolor que me partía en dos, pero aquel negrazo no mostraba la más mínima conmiseración ante mis lágrimas de puto blanquito, como me llamó antes.
El tío siguió metiendo poco a poco el vergajo que tenía entre las piernas, hasta que, ya abierto como en canal, noté su vello púbico rozar contra mis nalgas, y sus dos enormes cojones golpear sobre mis cachas. Entonces el negrazo empezó a bombear, y aquella inmensa manguera empezó a entrar y salir de mi culo con toda naturalidad. Mi esfínter estaba dilatado al máximo, y cada vez que entraba el nabo hasta adentro yo veía las estrellas pero, por qué no decirlo, progresivamente fui sintiendo algo que no puede llamarse sino placer…
El tío siguió follándome, pero ahora yo ya no lloraba, sino que chupaba con fuerza la tranca que tenía en la boca, que ya se había salido para permitirme mamar sólo el glande, y además sacaba el culo para que el negrazo me follara mejor
--Ah, sabía que este chico era una gran maricona, mirad como culea para que lo folle más…
El negrazo tenía razón; aún quedaba un atisbo de dolor en mi dolorido esfínter, pero ahora, cada vez que la bestia negra que el tío llevaba entre las piernas se adentraba en mi más íntimo agujero, una oleada de placer me invadía desde la raíz de los cabellos hasta la punta de los dedos de los pies.
Culeé desesperadamente, queriendo que me follara más y más, cada vez más adentro, sintiendo cómo aquel negrazo me destrozaba cada vez que me metía su vergajo en mi culo, golpeando rítmicamente sus grandes cojones en mis cachas.
Entretanto, el negro que me follaba por la boca empezó a gemir y, sin decir nada, se me corrió en la boca; yo estaba tan salido con la follada del negrazo que ni me di cuenta de que en mi lengua iba apareciendo un líquido pastoso, viscoso, calentito. Casi sin darme cuenta, seguí chupando, y su sabor no me disgustó, así que seguí mamando, tragándome aquella leche blanca y espesa.
--Eh, mirad –dijo el negro que me estaba follando por la boca--, esta maricona se está tragando mi leche, es una gran puta…
Los demás lanzaron grandes risotadas. Me fijé que todos tenían los nabos en las manos, haciéndose pajas.
Entonces, el negrazo que me follaba empezó a arquearse con grandes alaridos. Poco después noté como si se estuviera meando dentro de mí, era algo caliente, espeso, que me estaba metiendo dentro de mi culo. Siguió corriéndose allí, hasta que quedó exhausto. No obstante, de inmediato se salió de mi culo (dejándome un gran vacío, ya comprenderéis…), y dio un empellón al otro negro al que todavía le estaba chupando la polla, ya casi flácida, pero aún con algunos restos de leche. Entonces el negrazo tomó su lugar y me enchufó su enorme polla, ahora ligeramente morcillona, en la boca. Estaba aún rezumante de su reciente corrida, y noté también efluvios de mi propio culo; en otro momento y situación me habría parecido asqueroso, pero entonces no pude sino mamar con fruición aquella verga pringosa de líquidos. El sabor me pareció aún más delicioso que el del otro tío.
Mientras se la chupaba al negrazo, éste habló:
--Bueno, qué pasa, tíos, ¿no queréis probar a esta maricona española? La tenéis a vuestra disposición.
Uno de los negros que no tenía a la vista se colocó enseguida entre mis piernas, y, sin más preámbulos, me encalomó su polla en el culo; la verdad es que, tras la primera, que era la más gorda, y con la lubricación de la leche de la reciente corrida, este nabo entró con más facilidad, y no es porque fuera pequeño: no menos de 20 cm., y bien gorda.
El tío me folló bien follado, hasta que se corrió en mi culo y después imitó a su jefe, pasando con la polla aún rezumante por mi boca. Los otros negros fueron turnándose para darme polla por el culo o por la boca, o por ambos lados; cuando terminaron los últimos, los primeros volvieron a tener ganas y me follaron de nuevo. Sin embargo, el negrazo no volvió a follarme.
Cuando se retiró el último, tras haber rescatado de su polla una última gota de rica leche que pugnaba por escapar, el negrazo se acercó y me dijo:
--Putita, ¿quieres que te folle otra vez?
Me pareció mucho miramiento para como había ido la cosa, pero las palabras escaparon de mi boca sin yo poder detenerlas:
--Sí, quiero que me folles otra vez, y quiero que dos de vosotros me metáis las pollas en las bocas y os corráis a la vez dentro…
Acababa de hablar y no podía creer que yo hubiera dicho aquello, no sé de donde había salido.
Dicho y hecho, el negrazo me abrió de piernas de nuevo y ahora, sin más esperas, me metió el nabo de una sola embestida; el agujero estaba tan dilatado, y con tanta leche, que el vergajo entró con naturalidad. Tres de los negros pugnaron por hacerse con mi boca, pero yo deshice aquella lucha: hice con los dedos el signo de tres, y entendieron que quería que los tres me la metieran en la boca, si ello era posible.
Lógicamente, sólo pudieron meter el glande de cada uno de sus pollones, pero me fue suficiente; empecé a lamerlos con fruición, deseando se descargaran en mi boca nuevamente; sentía la lengua viscosa y pegajosa, y quería más de aquel néctar.
El negrazo aún me aguardaba con otra sorpresa:
--¿Quieres que demos un paso más, putita?
Yo, con los tres glandes casi desencajándome las mandíbulas, asentí con la cabeza; no sabía a que se refería, pero cualquier cosa sexual que me propusiera pensaba aceptarla: no había llegado tan lejos para ahora hacerme el estrecho…
El negrazo hizo una seña a otro de los negros del grupo; de éste recordaba que era el de vergajo más gordo después del enorme del jefe. Le hizo una seña y el tío se colocó detrás de él. Yo no veía nada, sólo sentía el nabo del negrazo horadándome las entrañas; entonces, noté algo nuevo; otra polla, también muy gorda, pugnaba por entrar también en mi culo; entonces comprendí, me iban a follar dos tíos a la vez.
El pelo se me erizó, pero el deseo era demasiado grande; procuré aflojar el esfínter anal, mientras notaba como aquel otro monstruo entraba en mi pequeño agujero, dilatándolo hasta extremos imposibles. Cuando el tío tuvo metido el nabo totalmente, los dos negros empezaron a follarme acompasadamente; era como si, cada vez que metían los nabos, me entrara una barrena por el culo.
El dolor era insoportable, pero como antes, y ahora más rápidamente, el placer llegó, y entonces todo lo di por bien empleado. Los nabos que tenía en la boca empezaron a eyacular sus deliciosas leches en mi boca, uno tras otro, y yo aún los mantuve alli un rato mientras jugaba con los glandes y sus leches, que me rebosaba por las comisuras. Poco después, los dos negros que me follaban se corrieron, primero uno, después el negrazo jefe. Como antes, también se salieron de mi agujero y colocaron sus glandes aún humeantes de leche y culo en mi boca pringosa.
Los lamí un buen rato, hasta que se salieron, aunque por mi gusto todavía los estaría chupando.
Entendí que todo había llegado a su fin, así que me levanté como pude, sintiendo que no podría sentarme al día siguiente.
Todos se habían situado alrededor de la fogata. El negrazo habló:
--Querida putita, si quieres venir por aquí por las noches por tu ración de leche calentita, por nosotros no hay problemas.
Y se rió, el tío. Y supe entonces que los veintinueve días que me quedaban en aquella localidad, y en especial sus noches, las pasaría allí, en aquel mismo sitio, para ser follado cuantas veces desearan, y para tomarme la leche de todos los que quisieran correrse en mi ansiosa boca…