La soledad es más que la ausencia de compañÃa; es una presencia viva que se desliza, como una sombra, en los rincones más oscuros de la mente. Al principio, aparece en pequeños momentos de silencio, en los espacios donde las risas y las palabras antes llenaban cada rincón. La sientes cuando llegas a casa y solo escuchas el eco de tus pasos, o cuando te despiertas en la madrugada y te das cuenta de que no hay nadie esperando en el otro lado de la cama. La soledad se esconde en las esquinas de la vida cotidiana, en la monotonÃa de los dÃas que pasan sin ningún cambio, en los recuerdos de momentos compartidos que ahora parecen fantasmas.
Con el tiempo, la soledad comienza a volverse una presencia más tangible. Se cuela en tus pensamientos, se adueña de tus noches y, como una neblina, te envuelve, aislándote incluso de ti mismo. Empiezas a hablar en voz baja, quizás con la esperanza de escuchar algún eco, una voz que responda, aunque sea en tu mente. Pero solo obtienes silencio, y es en ese silencio donde la soledad muestra su verdadero rostro: uno que te conoce, que sabe tus debilidades, tus miedos más profundos, y que se alimenta de ellos.
No importa cuánto intentes distraerte, llenarte de actividades, rodearte de otras personas; la soledad siempre encuentra una manera de regresar. Te das cuenta de que está enraizada en ti, como una sombra que se vuelve más oscura cuanto más tratas de alejarte. Empieza a moldear tus pensamientos, a susurrarte que esto es lo que mereces, que nadie podrÃa entender lo que sientes. Poco a poco, su voz se convierte en la única constante en tu vida, una voz que te acompaña en cada paso, en cada suspiro, en cada pensamiento que antes compartÃas con otros.
A medida que la soledad se intensifica, se convierte en un vacÃo insaciable que devora cada recuerdo de conexión humana que alguna vez tuviste. Empiezas a dudar de las palabras amables que te han dicho, de las promesas de amistad y amor que una vez te dieron consuelo. Te preguntas si alguien, en algún lugar, piensa en ti, o si te has convertido en una imagen borrosa en sus memorias. En el fondo, la soledad te susurra que todo eso era una ilusión, que nunca fuiste realmente comprendido, que todas esas conexiones se desvanecen en el tiempo, como humo que desaparece en el viento.
Con el tiempo, aprendes a acostumbrarte a su presencia. Ya no la ves como algo externo; la sientes como parte de ti, como algo inevitable, una marca que llevas dentro. Te encuentras disfrutando de las sombras, buscando el refugio de lugares solitarios. Empiezas a evitar las miradas de otros, temiendo que vean a través de ti y descubran lo que te has convertido. Y, en los momentos más oscuros, te das cuenta de que temes la idea de que alguien realmente te comprenda, porque eso significarÃa romper la barrera que la soledad ha construido a tu alrededor.
La soledad te cambia. De alguna manera, te ofrece consuelo en su desolación, te hace sentir seguro en tu aislamiento. Te vuelves dependiente de ella, hasta el punto en que el mundo exterior se siente como una amenaza. Te das cuenta de que has dejado de esperar, de desear, de buscar. Eres solo tú, en un espacio infinito y vacÃo, en el que el tiempo se pierde y el mundo parece irreal. Las pocas personas que intentan acercarse, que intentan tocar ese abismo, son recibidas con una barrera invisible, una resistencia que ni tú mismo entiendes.
Porque la soledad te ha transformado en alguien que observa el mundo desde la distancia, que lo siente como si estuviera cubierto de una neblina, como si estuviera destinado solo a aquellos que aún pueden sentir la calidez de una compañÃa. La soledad te hace entender que hay un precio en abrir el corazón, en confiar, en esperar algo de alguien. Pero cuando ese precio se paga con vacÃo, lo único que queda es un refugio oscuro y frÃo, un lugar donde habitas contigo mismo, en la compañÃa más silenciosa, en la presencia más aterradora: la de tu propia sombra, siempre constante, siempre presente.
estar solo lleva a esto.....
Con el tiempo, la soledad comienza a volverse una presencia más tangible. Se cuela en tus pensamientos, se adueña de tus noches y, como una neblina, te envuelve, aislándote incluso de ti mismo. Empiezas a hablar en voz baja, quizás con la esperanza de escuchar algún eco, una voz que responda, aunque sea en tu mente. Pero solo obtienes silencio, y es en ese silencio donde la soledad muestra su verdadero rostro: uno que te conoce, que sabe tus debilidades, tus miedos más profundos, y que se alimenta de ellos.
No importa cuánto intentes distraerte, llenarte de actividades, rodearte de otras personas; la soledad siempre encuentra una manera de regresar. Te das cuenta de que está enraizada en ti, como una sombra que se vuelve más oscura cuanto más tratas de alejarte. Empieza a moldear tus pensamientos, a susurrarte que esto es lo que mereces, que nadie podrÃa entender lo que sientes. Poco a poco, su voz se convierte en la única constante en tu vida, una voz que te acompaña en cada paso, en cada suspiro, en cada pensamiento que antes compartÃas con otros.
A medida que la soledad se intensifica, se convierte en un vacÃo insaciable que devora cada recuerdo de conexión humana que alguna vez tuviste. Empiezas a dudar de las palabras amables que te han dicho, de las promesas de amistad y amor que una vez te dieron consuelo. Te preguntas si alguien, en algún lugar, piensa en ti, o si te has convertido en una imagen borrosa en sus memorias. En el fondo, la soledad te susurra que todo eso era una ilusión, que nunca fuiste realmente comprendido, que todas esas conexiones se desvanecen en el tiempo, como humo que desaparece en el viento.
Con el tiempo, aprendes a acostumbrarte a su presencia. Ya no la ves como algo externo; la sientes como parte de ti, como algo inevitable, una marca que llevas dentro. Te encuentras disfrutando de las sombras, buscando el refugio de lugares solitarios. Empiezas a evitar las miradas de otros, temiendo que vean a través de ti y descubran lo que te has convertido. Y, en los momentos más oscuros, te das cuenta de que temes la idea de que alguien realmente te comprenda, porque eso significarÃa romper la barrera que la soledad ha construido a tu alrededor.
La soledad te cambia. De alguna manera, te ofrece consuelo en su desolación, te hace sentir seguro en tu aislamiento. Te vuelves dependiente de ella, hasta el punto en que el mundo exterior se siente como una amenaza. Te das cuenta de que has dejado de esperar, de desear, de buscar. Eres solo tú, en un espacio infinito y vacÃo, en el que el tiempo se pierde y el mundo parece irreal. Las pocas personas que intentan acercarse, que intentan tocar ese abismo, son recibidas con una barrera invisible, una resistencia que ni tú mismo entiendes.
Porque la soledad te ha transformado en alguien que observa el mundo desde la distancia, que lo siente como si estuviera cubierto de una neblina, como si estuviera destinado solo a aquellos que aún pueden sentir la calidez de una compañÃa. La soledad te hace entender que hay un precio en abrir el corazón, en confiar, en esperar algo de alguien. Pero cuando ese precio se paga con vacÃo, lo único que queda es un refugio oscuro y frÃo, un lugar donde habitas contigo mismo, en la compañÃa más silenciosa, en la presencia más aterradora: la de tu propia sombra, siempre constante, siempre presente.
estar solo lleva a esto.....