Te amo, y a pesar de los años que han pasado desde tu muerte, no dejé de hacerlo.
¿No es confuso?
Por un lado, quisiera dejar atrás estas cadenas, descargar de mi alma este peso llamado culpa que me dificulta el andar cada día, pero por otro...
Sé que en el fondo no quiero dejarte atrás. Quizás sea una práctica autodestructiva, pero realmente no quiero dejarte ir. Quiero seguir esperándote cada día, cada mes, año tras año.
Como un perro fiel, esperaré por ti para siempre.
Cada amanecer trae consigo la promesa de tu recuerdo, y cada atardecer, la sombra de tu ausencia. Las cadenas de tu memoria me aprietan el corazón, pero es un dolor que no deseo soltar. En cada latido, en cada suspiro, estás presente, como una melodía triste que no se desvanece.
Tu rostro, grabado en mi mente, es la luz y la sombra que guía mis pasos. Aunque el tiempo avance, mi amor por ti permanece inmutable, eterno. A veces pienso en liberarme, en dejar de lado este sufrimiento perpetuo, pero algo más profundo me detiene. ¿Cómo podría abandonarte? ¿Cómo podría traicionar lo que fuimos?
Quizás es verdad que me aferro a este dolor, a esta esperanza vana de un reencuentro imposible. Es autodestructivo, lo sé, pero es mi forma de mantenerte vivo en mi interior. Tu ausencia se ha convertido en una parte de mí, en una cicatriz que llevo con orgullo y tristeza.
El mundo sigue girando, las estaciones cambian, y las hojas caen y vuelven a brotar. Pero mi amor por ti, ese amor que trasciende la muerte, sigue siendo tan intenso como el primer día. Te espero en cada esquina, en cada sombra, en cada susurro del viento.
Y aunque sé que nunca volverás, seguiré aquí, fiel como un perro, esperando por ti para siempre. Mi corazón no sabe cómo dejar de amarte, no sabe cómo dejar de esperar. Así que viviré con este dolor, con esta esperanza, con esta cadena invisible que me une a ti.
Te esperaré en cada amanecer, en cada atardecer, en cada estrella que brille en la noche. Porque te amo, y siempre lo haré, más allá del tiempo, más allá de la muerte...
... Esperaré por ti para siempre.
¿No es confuso?
Por un lado, quisiera dejar atrás estas cadenas, descargar de mi alma este peso llamado culpa que me dificulta el andar cada día, pero por otro...
Sé que en el fondo no quiero dejarte atrás. Quizás sea una práctica autodestructiva, pero realmente no quiero dejarte ir. Quiero seguir esperándote cada día, cada mes, año tras año.
Como un perro fiel, esperaré por ti para siempre.
Cada amanecer trae consigo la promesa de tu recuerdo, y cada atardecer, la sombra de tu ausencia. Las cadenas de tu memoria me aprietan el corazón, pero es un dolor que no deseo soltar. En cada latido, en cada suspiro, estás presente, como una melodía triste que no se desvanece.
Tu rostro, grabado en mi mente, es la luz y la sombra que guía mis pasos. Aunque el tiempo avance, mi amor por ti permanece inmutable, eterno. A veces pienso en liberarme, en dejar de lado este sufrimiento perpetuo, pero algo más profundo me detiene. ¿Cómo podría abandonarte? ¿Cómo podría traicionar lo que fuimos?
Quizás es verdad que me aferro a este dolor, a esta esperanza vana de un reencuentro imposible. Es autodestructivo, lo sé, pero es mi forma de mantenerte vivo en mi interior. Tu ausencia se ha convertido en una parte de mí, en una cicatriz que llevo con orgullo y tristeza.
El mundo sigue girando, las estaciones cambian, y las hojas caen y vuelven a brotar. Pero mi amor por ti, ese amor que trasciende la muerte, sigue siendo tan intenso como el primer día. Te espero en cada esquina, en cada sombra, en cada susurro del viento.
Y aunque sé que nunca volverás, seguiré aquí, fiel como un perro, esperando por ti para siempre. Mi corazón no sabe cómo dejar de amarte, no sabe cómo dejar de esperar. Así que viviré con este dolor, con esta esperanza, con esta cadena invisible que me une a ti.
Te esperaré en cada amanecer, en cada atardecer, en cada estrella que brille en la noche. Porque te amo, y siempre lo haré, más allá del tiempo, más allá de la muerte...
... Esperaré por ti para siempre.
